¿Hacia dónde vamos? O mejor dicho, ¿hacia dónde queremos ir? El ser humano como el causante de todos los problemas que nos rodean; pero también, como el único capaz de resolverlos.
Vivimos en una época en la cual seguimos discutiendo algunas ideas que han quedado evidentemente en el pasado. La revolución tecnológica y los problemas de carácter urgente a nivel ambiental, implican un discurso y unas actitudes totalmente diferentes a las que nos ofrece la clase política del momento.
En este sentido, en las Universidades y los medios de comunicación seguimos debatiendo y analizando guerras comerciales, estrategias geopolíticas, pensando en si el dólar dejará de ser la moneda de referencia y si China le quitará o no la hegemonía a EEUU; si seguiremos emitiendo deuda pública para salir de la crisis, si seremos más austeros o si las posibles soluciones radican en una u otra corriente ideológica. De este modo, el debate político y las actitudes de los diferentes países en la escena internacional se encuentran en la órbita de este tipo de cuestiones.
Desde mi punto de vista, todos estos discursos se han quedado en una forma antigua de interpretar las cosas y de relacionarnos, e inevitablemente nos llevarán a seguir dando vueltas sobre las mismas cuestiones, manteniéndonos atrapados en las mismas problemáticas, en situaciones de una era industrial que ya ha quedado atrás y que entiendo debemos superar también desde la perspectiva de nuestras ideas.
Parecería ser que el mundo está avanzando a un ritmo mucho más rápido de lo que la clase política, los tecnócratas profesionales de la burocracia que nos gobiernan, están pudiendo imaginarse, y eso los lleva a no poder dar respuestas adecuadas y efectivas para contrarrestar lo que estamos viviendo.
Resulta sencillo identificar cuando los políticos dicen afrontar determinados temas que preocupan a la ciudadanía pero no lo hacen desde una verdadera conciencia, sino únicamente con el objetivo de perpetuarse en el poder, atendiendo alguna de las necesidades o reclamos de su electorado superficialmente para que estos les sigan brindado el voto en las próximas elecciones. Es que si lo analizamos un poco, lo extraño sería que estos individuos fueran personas conscientes y equilibradas en todos sus niveles, cuando generalmente su vida ha sido completamente orientada hacía el éxito personal, el narcisismo, el credencialismo, la productividad obsesiva y a la total mercantilización del ser humano.
El sistema está conformado de tal modo, que para llegar a los lugares en donde se toman las decisiones hay que llevar una determinada orientación, una determinada manera de actuar e interpretar la realidad que coloca al éxito por encima de todas las virtudes, y que por supuesto, mercantiliza al ser humano con el fin de alcanzar este objetivo.
La sociedad que hemos conformado está programada para vivir por ganar o para vivir por tener, y en ese sentido medimos nuestro nivel de vida en cuanto al consumo, calificamos a nuestros países al igual que a las empresas, según su productividad; a la cantidad de cosas que poseemos las denominamos calidad de vida y al ser humano que enajenado de si mismo se vuelca completamente a la actividad laboral, lo llamamos productivo y exitoso.
En este punto, me surge preguntarles, ¿realmente es este el sentido de la vida? ¿tener o ganar?
Para Erich Fromm, la mayoría aceptará que el sentido de la vida será ser felices; esta, parece una apreciación válida aunque muy abstracta a la vez. De tal modo, podemos decir que otra de las cuestiones a analizar serían las necesidades humanas, ya que también, la mayoría coincide en que su satisfacción será un camino hacia dicha felicidad.
En relación con ello, una de las posturas habituales establece que las necesidades son todo lo que una persona desee, sin importar las características de este deseo y si el mismo será algo beneficioso o perjudicial para su desarrollo. Otra postura, a la cual nos adherimos, se enfoca en detectar si la necesidad conduce al desarrollo y bienestar del ser humano, o si por el contrario lo obstaculiza y perjudica. Esta segunda postura, se enfoca en las necesidades que se originan en la naturaleza del ser humano y que conducen a su desarrollo y su realización. El autor se pregunta, ¿Acaso no puede decirse que el ser humano tiene una naturaleza?
Yo creo que si, pero el problema radica en que a través de la familia, la sociedad y el sistema educativo condicionamos a nuestros niños de la misma forma en la que nos han educado anteriormente, y como no desarrollamos un verdadero pensamiento crítico y estamos totalmente enajenados de nuestra naturaleza, aceptamos todo como válido, perpetuando de ese modo infinitamente una misma forma prefabricada de interpretar la realidad.
Nos han educado, o mejor dicho adoctrinado, para vivir en un mundo que ya no existe, para ser empleados y trabajar funcionalmente para un sistema que está en absoluta decadencia, que ya no tiene respuestas a las dificultades que esta presentando la humanidad.
Muchos de nosotros vivimos completamente disconformes (aunque algunos no se hayan dado cuenta o prefieran evitarlo), ya sea porque el dinero no alcanza para vivir, o al menos para vivir del modo en que los medios de comunicación nos muestran, o porque estamos totalmente desmotivados con la tarea que desarrollamos para obtener ese beneficio económico y en la cual depositamos gran parte de nuestra vida.
Dentro de este contexto, es muy probable que lo más complejo aún no haya llegado, la realidad indica que gran parte de nuestros puestos de trabajo están quedando obsoletos y que esas tareas serán llevadas acabo por máquinas, ordenadores o algoritmos. Este hecho, más que un inconveniente debería ser una bendición, ya que la mayoría de dichas tareas no son nada satisfactorias para el desarrollo del ser humano. El problema reside en que nuestra educación se ha basado en prepararnos para ese tipo de tareas y no para tener ideas propias, mucho menos para ser creativos, para ser libres e independientes, y esto, inevitablemente, creará un defasaje entre para lo que fuimos preparados y la realidad en la que vivimos.
En otro orden, tenemos urgentes problemas que resolver a nivel ambiental, una inmensa deuda adquirida por la mayoría de los Estados (muchos de ellos viviendo en una dictadura financiera ) y una gran parte de la población que sigue, pese a todo lo que hemos explotado nuestro planeta y a la deuda que hemos contraído, viviendo en la extrema pobreza.
Entonces, ¿cómo vamos a hacer para que estas personas puedan acceder a una vida digna sin terminar de destruir nuestro planeta?
Siguiendo la lógica del sistema, para que esto suceda deberíamos producir más y con mejores beneficios, pero ¿esto es posible respetando el medio ambiente? Los datos que surgen de la evidencia científica y los pobres acuerdos alcanzados a nivel internacional demuestran que hasta el momento esto no ha sido posible y de este modo es que aparecen otro tipo de interrogantes.
¿Y si lo que no es sostenible es nuestro estilo de vida? ¿No deberíamos dejar de pensar absolutamente todo en una lógica productiva y mercantilista? ¿Qué podríamos hacer para cambiarlo? ¿Seguir esperando que las corporaciones y los políticos solucionen el problema?
Continuando con el mismo razonamiento y utilizando nuevamente la lógica del sistema, la que se enfoca por sobre todo en ganar y tener, parece necesario señalar que tanto los políticos como las corporaciones han fallado ampliamente en alcanzar estos objetivos, aunque ciertamente entiendo que estos nunca fueron los suyos y es allí donde radica el verdadero inconveniente.
Por dichos motivos, estoy convencido de que la única revolución posible y necesaria actualmente, la única forma de poder llevar acabo verdaderos cambios que generen un impacto profundo y transcendental en nuestro futuro, es una revolución que se desarrolle en primera instancia a nivel personal e interior; una revolución del ser.
Me refiero a un despertar de consciencia que nos permita desarrollar un verdadero pensamiento crítico acerca de nosotros mismos, de nuestros propósitos como especie y del mundo que hemos construido. Para a partir de allí, poder realizar un verdadero cambio de paradigma a nivel individual, una forma distinta de ver y de vivir la vida, proyectándola finalmente en la sociedad y construyendo así colectivamente una comunidad mas justa y sostenible.
Esta revolución ya no se basa en imponer mis ideas a los demás, ni de creer que tengo la verdad absoluta, tampoco de seguir una determinada doctrina e intentar perpetuarla. No se trata de revelarnos ante nadie, sino más bien de revelarnos de nosotros mismos y del engaño que hemos conformado con nuestras propias creencias.
“El que está preso de sus pasiones irracionales se encuentra forzosamente a su merced, pierde la capacidad de ser objetivo y no hace mas que justificarse cuando cree decir la verdad” Erich Fromm.
Desde mi punto de vista, la lucha ideológica a través de la imposición o el sobreponerse a una determinada realidad, llevada a cabo sin consciencia individual, hace muy difícil el poder generar un cambio profundo y verdadero en la actualidad. Entiendo que esto se está viendo reflejado en la gran polarización que estamos viviendo a nivel político-ideológico en gran parte del planeta y en los pocos cambios trascendentales que estamos pudiendo concretar.
Basta es la evidencia histórica que nos permite observar que tanto la teorización, la dogmatización o las diferentes doctrinas que buscan alcanzar el éxito, ya sea a nivel colectivo como de desarrollo personal y espiritual, no han brindado, hasta ahora, ninguna mágica receta para alcanzarlos. Evidentemente a nivel personal es muy complicado transmitir lo que se ha podido experimentar internamente sin vivirlo cada uno de forma particular, y seguramente, a nivel colectivo existan varias formas diferentes de poder prosperar como comunidad. Además, generalmente las diferentes doctrinas o corrientes ideológicas que buscan el éxito colectivo, implican una imposición de dicha doctrina a nivel social, condicionando parte de la libertad individual y generando un rechazo por parte de quienes no adhieran ideológicamente a lo que pretende implementarse.
“La fe apasionada, fanática, en ideas y prohombres es idolatría. Se debe a la falta de equilibrio propio, de propia actividad, a la falta de ser” Erich Fromm.
Podemos decir que los grandes maestros de la humanidad nos han llegado a enseñar, esencialmente, los mismos conceptos; y que estos, podrían ser perfectamente adecuados para impulsar esta revolución del ser. Resumidamente, sería posible englobar estos conceptos en la necesidad de alcanzar la denominada gran liberación, la cual incluye superar la codicia, el auto-engaño y el odio; haciéndolo, sin desligarse en ningún momento del óptimo desarrollo de la razón, comprendiendo a esta como el empleo del pensamiento para conocer el mundo tal como es.
A partir de allí, será posible proyectar un cambio verdadero en todos los niveles, desde nuestros más cotidianos relacionamientos hasta nuestras formas de producción, nuestras relaciones y organización del trabajo, nuestra alimentación, nuestras formas de gobierno, nuestros gobernantes, y con ellos, las decisiones que tomemos a nivel global.
En relación a lo planteado, debo decir que adhiero completamente a las ideas de Fromm que señalan que el ser humano ha puesto constantemente la mirada en la liberación exterior, sobre todo a nivel político, en la lucha de clases y a nivel ideológico, pero olvidándose totalmente de la liberación interior.
Esta exclusiva atención en la liberación exterior, por más que ha sido absolutamente necesaria, ha traído también muchos daños. Por un lado, se ha dado en reiteradas oportunidades que quienes eran los liberadores terminaron transformándose en los nuevos dominadores, y por otro lado, hemos creado una nueva opresión, aunque en forma más solapada y anónima. Esta última cuestión se ve perfectamente reflejada en la cultura occidental, en dónde el aparato sugestionador de la sociedad y los medios de comunicación nos inundan de ideas y necesidades, llevándonos a pensar que no hemos hecho más que trasladar las cadenas del exterior al interior del ser humano.
Para el autor, los valores de la propia vida socioeconómica deben modificarse de tal manera que las energías psíquicas de la razón, el amor y la actividad productiva puedan emplearse también efectivamente y se desarrollen con la práctica, en la acción profesional, en la organización del propio trabajo y en nuestra experiencia política y social. Nuestros esfuerzos por adquirir consciencia, desarrollo personal y una idea de nosotros mismos y del mundo que respondan a la realidad, tendrán estrecha relación con nuestra liberación a nivel socioeconómico y con la posibilidad de construir, a nivel colectivo, un mundo más justo y sostenible.
“Mientras más individuos lleguen a quitarse el velo de los ojos, tantas más posibilidades habrá de que se produzcan cambios, sociales e individuales” Erich Fromm.
Es que estando en pleno Siglo XXI, el mayor acto revolucionario posible radica en asumir nuestra parte de responsabilidad personal, dejando de depender de lo que hagan los tecnócratas que nos gobiernan y las grandes corporaciones que imponen las reglas de juego a nivel económico.
La misma energía que utilizamos para indignarnos y pelear entre nosotros por defender ideas que ni siquiera son nuestras, o a partidos políticos, es mucho más eficiente emplearla en modificar lo único que sí podemos transformar: nuestra mentalidad. Fomentando una verdadera libertad de pensamiento y con ella una nueva actitud ante la vida, una nueva forma de vivir y de entender el mundo.
“El amor no idolátrico a una idea o a una persona es sereno, no estridente; es tranquilo y profundo; nace en cada instante, pero no es delirio. No es embriaguez, ni lleva a la abnegación, sino que nace de la superación del yo” Erich Fromm.
La revolución del ser implica libertad, pero sobre todas las cosas responsabilidad. El día en que un número considerable de individuos logremos superar la codicia, el auto-engaño y el egocentrismo, esto inevitablemente comenzará a verse reflejado en la sociedad, en quienes nos gobiernan y por ende en las decisiones que marquen el futuro de nuestro planeta.
Se trata de una revolución absolutamente pacífica y que tiene como único objetivo el conformar (a nivel individual y colectivo) una nueva forma de vivir, una más consciente y sostenible, una más acorde a la naturaleza de nuestra especie.
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