Un enemigo llamado polarización

Algunas reflexiones acerca del impacto que genera la polarización en nuestros relacionamientos a nivel colectivo y cómo esta puede afectar incluso nuestro bienestar social.

¡Hola amigxs! Espero que estén muy bien. 

Anteriormente hemos visto y desarrollado lo que son las creencias, la influencia que estas tienen en nuestra forma de interpretar la realidad y como también, de alguna manera, nos son impuestas por nuestra familia, nuestro entorno social y hasta por el propio sistema educativo. Ahora y en relación con ello, entiendo interesante abordar como algunas de estas creencias influyen en nuestro relacionamiento con los demás y como la necesidad de confirmarlas, e inconscientemente perpetuarlas, colaboran con la expansión de la polarización que invade hoy en día nuestra sociedad. Dicha polarización, desde mi punto de vista, trasciende ya el exclusivo ámbito político en el que pareciera surgir, avanzando hacia una polarización que podemos ver reflejada también en ámbitos como el social o hasta el cultural. 

Dentro de este contexto, me surge iniciar preguntando:

¿Acaso rodearse únicamente de personas que piensen de una forma similar a la mía o que tengan intereses similares se puede considerar como algo beneficioso? 

Diferenciarnos, etiquetarnos, siempre resaltando o haciendo énfasis en las diferencias ¿nos hace crecer como seres humanos? O por el contrario ¿nos encasilla, nos limita, nos encierra en una única forma de ver las cosas?

Existe en nosotros una gran necesidad por confirmar nuestras creencias, el objetivo de esto es sentir que no estamos solos en este mundo y pareciera ser que en esa confirmación encontramos seguridad. De ese modo, intentamos dogmatizar absolutamente todas nuestras ideas y convencernos de que estamos en lo correcto, de que estas son perfectas, justas y las que todos deberían adoptar.

Así, en el orden espiritual hemos ido conformado las diversas religiones que existen, muchas de ellas intentando imponerse sobre las demás a lo largo de la historia. Todas, paradójicamente, en la búsqueda de objetivos similares; en busca de una trascendencia, de una superación de la codicia y el odio, de intentar comprender la verdad acerca de nuestra existencia. 

Por otra parte, a nivel político-económico hemos desarrollado ideologías a las cuales nos adherimos con el supuesto objetivo de organizarnos de una forma mas eficaz en pos crear un mundo mejor y/o mas justo, ya sea conservando el orden que está establecido o buscando modificarlo. 

En cualquiera de los dos aspectos (el espiritual o el político-económico), los objetivos parecerían ser bastante nobles y a priori los diferentes dogmas o ideologías podrían tener, además de sus diferencias, muchísimas cosas en común (como todo en la vida, depende de la perspectiva del observador). 

Desde mi punto de vista, el problema no radica en creer que existen diferentes maneras de alcanzar nuestros objetivos económicos, políticos, sociales o espirituales; el inconveniente está en las dificultades que tenemos los seres humanos por desarrollarnos a nivel personal y que esto luego, evidentemente, termina siendo proyectado en las diferentes doctrinas. Así, es que intentamos perpetuar nuestras ideas, imponer nuestra manera de pensar moldeando estas doctrinas según nuestra codicia y egocentrismo, siguiéndolas de una forma totalmente fanática y poco racional.

“La fe apasionada, fanática, en ideas y prohombres (sean cualesquiera) es idolatría. Se debe a la falta de equilibrio propio, de propia actividad, a la falta de ser” Erich Fromm.

Muchas de las teorías que han sido concebidas a lo largo de la historia y que seguramente por tener una determinada relación con la realidad o con el descontento social, han alcanzado un éxito, han sido también rápidamente presas de una misma desgracia. Cuando la mayoría de sus seguidores las convierten en ideologías e idolatran a sus creadores, dichas teorías pierden el principal componente que las hicieron surgir como tales: el pensamiento crítico.

Política y polarización

Deteniéndonos exclusivamente en el ámbito político, desde mi perspectiva, es posible sostener que nos condicionamos con ideas prefabricadas que adoptamos como propias, ideas que nos llevan a perpetuar una determinada forma de actuar y de relacionarnos. Estas determinadas formas, exceden ya las diferencias ideológicas y sobre todo colaboran de modo evidente con la generación de los altos niveles de polarización que estamos viendo presentes hoy en día en nuestra sociedad.

Por otra parte, resulta necesario subrayar que los grandes problemas que enfrentamos como humanidad siguen sin resolverse, en este sentido, entiendo que los profesionales de la burocracia que nos gobiernan, y que tanto defendemos (sea cual sea su corriente ideológica), no están demostrando estar a la altura de lo que la circunstancias requieren. 

¿Somos libres al conformar nuestras creencias políticas? ¿No nos condiciona la familia y el entorno social en el que vivimos? ¿Cuántas personas hay que votan al mismo partido político que su familia o entorno social? ¿Se supone que es una casualidad? 

Tomamos como algo habitual que justo en una misma familia todos tengan lo mismos ideales y defiendan los intereses del mismo partido político, así como generalmente sucede con los equipos de fútbol, y que todos los integrantes de esta estén absolutamente convencidos de que llegaron a esas ideas individualmente y de forma libre. Si lo pensamos un poco en perspectiva y adoptando un pensamiento realmente crítico, pareciera ser bastante evidente que de alguna manera, como sucede con todas nuestras creencias, el entorno nos condiciona (ya sea para que adoptemos la misma postura o para revelarnos ante esta y adoptar una contraria).

Muchos de nosotros nos enajenamos defendiendo a nuestros líderes políticos de turno, nos enfrentamos con nuestros pares por nuestra ideología o nuestro partido político y muchas veces ni siquiera sabemos en profundidad por que motivo defendemos tan tenazmente dichas ideas y mucho menos de donde provienen. Nos convencemos de que esa es la manera de cambiar el mundo y que de esa forma contribuimos a cambiarlo, cuando la mayoría de las veces lo único que logramos es perturbarnos, discutir con otras personas y sobre todo perpetuar una antigua forma de relacionarnos e interpretar la realidad.

Resulta muy sencillo detectar que los fervientes seguidores de los diferentes partidos suelen, sobre todo en momentos de gran polarización como el actual, convencerse de que todo lo que su partido o lideres hacen y piensan es lo correcto, intentando reafirmarlo constantemente. En contra partida, es muy difícil que puedan detectar algo positivo en sus rivales y por lo tanto también se convencen de que todo lo que los otros hacen está mal, es incorrecto o hasta un engaño.

Para Erich Fromm, toda acción del enemigo se juzga según una norma y toda acción propia según otra. Hasta las buenas obras realizadas por el enemigo se consideran signos de una perversidad particular con las que pretenden engañarnos, mientras que nuestras malas o poco felices acciones son necesarias y encuentran justificación en las nobles finalidades a las que sirven.

Esta idea me recuerda al concepto del “doblepiensa” utilizado por George Orwell en su novela 1984, que en palabras del propio Winston Smith (el personaje principal) significa:

“Saber y no saber, tener plena conciencia de algo que sabes que es verdad y al mismo tiempo contar mentiras cuidadosamente elaboradas, mantener a la vez dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer en ambas, utilizar la lógica en contra de la lógica, repudiar la moralidad en nombre de la moralidad misma. Olvidar lo que hace falta olvidar y luego recordarlo cuando hace falta, para luego olvidarlo otra vez”.

Otro de los conceptos que surgen a partir de aquí es el de amigo-enemigo, el mismo fue desarrollado por Carl Schmitt, otro pensador alemán que propone a esta disyuntiva (la de amigo-enemigo) como el eje central del juego político. El autor plantea a la necesidad de diferenciación como una forma de autoafirmarse y sostiene que la percepción que un determinado grupo genera de sí mismo en relación con los otros es un elemento que al mismo tiempo lo consolida y lo distingue. El criterio de amigo-enemigo implica que muchas veces no sabemos el motivo de nuestra lucha pero si tenemos claro en contra de quien estamos, o quienes son nuestros oponentes. Tanto el amigo como el enemigo suelen estar aterrados a la soledad, uno apela al otro para autoafirmarse pero sin olvidar que la presencia de éste otro también puede ser muy peligrosa.

Las ideas de Schmitt me vuelven a hacer recordar a Orwell y 1984, más precisamente a los denominados “dos minutos de odio”, en donde las personas pertenecientes al partido que tenía el poder eran obligados a participar de este acontecimiento en el que ellos mismos observaban imágenes y discursos del propio líder opositor, a través de una «telepantalla» y ambientados de forma horrorosa con el único objetivo de alimentar el propio odio hacia este enemigo.

Nuevamente en palabras del personaje principal (Winston Smith), “lo más horrible de los dos minutos de odio no era que la participación fuese obligatoria, sino que era imposible no participar. La rabia que se sentía era una emoción abstracta y carente de finalidad que podía dirigirse de un objeto a otro como la llama de un soplete”.

Polarización afectiva

Otro de los conceptos que me gustaría introducir es el de polarización afectiva, el mismo, destaca el rechazo emocional que produce en la ciudadanía las personas que piensan u opinan diferente. La polarización afectiva responde a cuestiones identitarias y emocionales, que no exactamente tienen que estar ligadas a una división entre bloques ideológicos. Se basa en la idea que tenemos acerca de los miembros de otros grupos, en los que podríamos incluir votantes de un determinado partido, y a nuestras actitudes hacia ellos por el solo hecho de su pertenencia a un grupo ideológicamente similar o distinto al nuestro.

A modo de ejemplo, suele decirse que en Estados Unidos, tanto demócratas como republicanos consideran que los votantes del otro partido son hipócritas, egoístas y de mente estrecha, y que muchas veces no están dispuestos a relacionarse socialmente con ellos.

En definitiva, este tipo de polarización hace que los puntos de encuentro en todos los ámbitos desaparezcan, haciendo mucho más débil la confianza en las personas que pertenecen a estos otros “grupos” y generando, como ya hemos visto, un distanciamiento en la sociedad que puede llegar a alcanzar incluso hasta el ámbito cultural. 

En la linea de este mismo razonamiento, debo decir que por momentos parece ser que cada vez que alguien se manifiesta activamente sobre una determinada cuestión, automáticamente se despierta un polo opuesto que estaba, al parecer, dormido, y que surge a la luz para intentar contrarrestar lo que este primer movimiento defiende o busca reclamar. 

Por supuesto que esto es algo muy difícil de comprobar, pero me parece una opción bastante probable el pensar que este intento por reclamar ciertas cuestiones efectivamente despierte una fuerza opuesta que busca frenar ese reclamo o al menos demostrar que existe una opinión distinta. Así, a modo de ejemplo, como toma fuerza una izquierda algo más radical en un determinado contexto político, también surge la ultra derecha, como aparecen los pro aborto, surgen los pro vida y podríamos seguir con personas que se manifiestan en contra del feminismo, del ambientalismo, el veganismo, entre otras cuestiones.

Uno de los grandes inconvenientes que conlleva la polarización, en cualquiera de sus ámbitos, es que cada una de las partes pretende imponer su verdad, ya que está “convencida” de que su manera de ver el mundo es la correcta. Ya hemos visto y destacado lo que son nuestras creencias y como la mayoría de estas nos vienen impuestas por nuestros diferentes entornos; de tal modo, creer que las que hemos adoptado como propias o nos han tocado por padrón son las correctas no es más que una visión totalmente egocéntrica y poco acorde a la realidad. 

En este sentido, como hemos visto en el artículo referido a lo que denomino la revolución del ser, lo que nos permitirá acercarnos y llegar a puntos comunes como sociedad, no será el imponer mi forma de ver las cosas ni de demostrarle a los demás que yo tengo la verdad. Mas bien, será poder superar el odio, la codicia y el egocentrismo, para aceptar que existen diferentes maneras de interpretar los mismos acontecimientos, y, que por supuesto, no existe una verdad absoluta. 

Mientras discutimos tonterías, defendemos ideas que no sabemos ni de dónde provienen, ni tampoco tenemos claro si los políticos que supuestamente nos representan se están basando en ellas, se nos escapan otros aspectos fundamentales. 

Nos decimos a nosotros mismos que queremos un mundo mejor y que queremos ayudar a los más necesitados, pero esos no son mas que autoengaños provenientes de nuestro ego y nuestra orientación narcisista. ¿Cómo voy a cambiar el mundo y ayudar a los más necesitados sino puedo aceptar que mi vecino vote a otro partido político?

Por otra parte, ¿no será mucho mejor inspirar que imponer? ¿No les parece que es un método más efectivo?

Desde mi punto de vista y propia experiencia, pareciera ser que cuando intento justificar una determinada acción o convencer a alguien de algún hecho en concreto por intermedio de la dialéctica y de confrontar las ideas de esa persona, lo que generalmente encuentro es resistencia. En cambio, cuando implemento alguna nueva actitud en mi vida sin más, restándole absoluta importancia a lo que haga, diga u opine el otro, muchas de las veces (y sin buscarlo), termino generando el interés de esa personas y hasta inspirándola a tomar una postura diferente o al menos reflexionar.

Entonces, que el resultado no nos condicione a ser el cambio, hagámoslo sin esperar nada ni querer imponerle nada a nadie. Además, ¿quienes somos para creer que conocemos la verdad de las cosas?

Desde mi punto de vista, estas ideologías, dogmas e ideas prefabricadas lo único que hacen es limitarnos, condicionarnos e impedirnos ser más libres y felices. Con ellas nos cargamos una mochila sumamente pesada y molesta, que no nos deja actuar con absoluta libertad y que muchas veces nos lleva a hacernos perder nuestra capacidad de estar abiertos a nuevas ideas o formas de interpretar las cosas.

Pero yo no conozco la verdad como para decirle a nadie lo que tiene que creer u opinar, mucho menos como tiene que vivir. De tal modo, si realmente estamos convencidos con una determinada ideología, con unas determinadas creencias que hemos adoptado como propias, esta muy bien; vivamos en base a esas ideas y dejemos en paz a los demás. 

Repito, ¿quienes somos para creer que conocemos la verdad? Que los demás piensen o vivan de un modo diferente, ¿en qué nos impide ser felices? Si realmente estamos convencidos de nuestras creencias vivamos en base a ellas y no tratemos de imponérselas a nadie, en definitiva al único que le deberemos rendir cuentas es a nosotros mismos. 

Lo único que me animaría a proponer es que si cuestionemos estas creencias, que intentemos comprender desde dónde provienen y que reflexionemos realmente acerca de si las mismas son un beneficio en nuestra vida o un obstáculo para ser libres y felices. 

Si existen dudas, desarrollemos nuestro pensamiento crítico y reflexionemos, cuestionemos; luego desaprendamos y volvamos a aprender, pero esta vez hagámoslo según tu propia verdad. 

“Es imposible liderar a otros si no has aprendido a liderarte a ti mismo” Nelson Mandela.

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